jueves, 22 de diciembre de 2011

Mujeres de Ahití 1891, Paul Gauguin


Mujeres de Tahití
1891
Óleo sobre lienzo
Alt. 69 ; Anch. 91,5 cm

En 1891, Gauguin acude a Tahití, isla que imagina paradisíaca y primitiva. El artista desea "vivir aquí de éxtasis, de calma y de arte". Sus dificultades económicas, sus preocupaciones estéticas y esta muy baudeleriana "invitación al viaje" lo empujan hacia la lejanía para escapar a "esta lucha europea por el dinero", para ser "por fin libre".

Esta composición es típica de las obras pintadas a comienzos de su primera estancia en el Pacífico, cuadros que muestran a menudo a Tahitianas ocupadas en sencillas tareas cotidianas. Aquí, las pesadas siluetas hieráticas tienen cada una su propio espacio lo que permiten encadenar arabescos, en una armonía perfectamente orquestada. Los rostros dibujan una máscara o un perfil bastante indiferenciados,
pero con algo de melancolía.



Gauguin maneja su línea con una perfecta seguridad, la hace elegante o decorativa. Mediante la elección de poses un poco rígidas, ritma la composición según una misteriosa y armoniosa geometría, realizando de este modo lo que parece ser más una escena costumbrista que un verdadero doble. Una leve animación se crea a su vez mediante el discreto bodegón, casi monocromo del primer plano, y por las olas que se rompen en la laguna del fondo, solamente sugeridas por algunos realces de blanco.

El pintor debe otorgar a este cuadro suficiente importancia como para realizar de él una variante en 1892, Parau Api (Dresde, Staatliche Kunstsammlungen), en la que el pareo de flores substituye el estricto vestido de misión de la mujer de la derecha.



Estas siluetas contrastadas están influenciadas por las líneas sintéticas y las formas simplificadas de Manet que Gauguin admira tanto. Pero sobre todo estos personajes, por su potente grafismo y sus tonos llamativos, anuncian los efectos coloreados de Matisse.

Maribel Alonso Perez
22 diciembre 2011

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