martes, 9 de agosto de 2011

ESCULTURA Y PINTURA EN ESPAÑA, PARTE 2



Mengs, que llevó en Madrid una existencia de neurasténico -aunque le llovieron continuamente prebendas y honores, que no parecieron darle nunca un soplo de vitalidad entusiasta-, tuvo al cabo que ir a morir a Roma en 1779. Su muerte fue llorada por los académicos madrileños como la del más grande pintor de la época, y dejó huellas en algunos que fueron sus discípulos, como el valenciano Vicente López, de quien -a pesar de que es un artista dieciochesco por su formación- tendremos que hablar en relación con la pintura de retrato de la época romántica, que cultivó en el último período de su larga vida. No sólo discípulo de Mengs sino yerno suyo fue Manuel Salvador Carmona, hijo del escultor de temas religiosos ya mencionado; fue muy buen grabador y dibujante, al estilo francés. Otro artista que se distinguió entonces en el dibujo y en el grabado, fue José Camarón y Boronat, nacido en Segorbe y muerto en Valencia (1730-1803). Pero los discípulos predilectos de Mengs en Madrid fueron Mariano Salvador Maella (1739-1819), también valenciano, y el aragonés Francisco Bayeu.

Antes de someterse a la férula de Mengs, Maella había estudiado en Roma. Después de ejecutar buen número de retratos y altares, era nombrado pintor de cámara en 1774. Sus retratos, aunque resultan un poco fríos, no carecen de encanto de color.
Mucho más independiente que el valenciano Maella, a pesar de haber sido largo tiempo ayudante de Mengs, fue el zaragozano Francisco Bayeu y Subías (1734-1795), a quien reservó el azar ser cuñado de Goya (pues se casó con su hermana Josefa).
En la academia zaragozana tuvo el mismo maestro que Goya tendría después, don José Luzán, pintor de formación napolitana.

Mengs le cobró a Bayeu mucha afición, a pesar de que su pintura era agria. Con el apoyo de tal maestro, pronto pintó en el Palacio Real, y enseñó en la Academia, de la que en 1788 fue nombrado director, culminando así una meritoria carrera. La importancia de Bayeu estriba en el que él fue quien inspiró la pintura de placenteros temas populares que un grupo de jóvenes pintores (entre los que se contó también Francisco de Goya) cultivó para los cartones de los tapices que se tejían en la Real Fábrica de Santa Bárbara. Como fresquista en temas religiosos y mitológicos, su obra fue muy abundante y de gran calidad; además, pintó, como se ha dicho, frescos en el Palacio Real madrileño, y cubrió de ellos la cúpula y bóveda de la capilla del palacio de Aranjuez, y la cúpula de la Colegiata de San Ildefonso, así como pintó las bóvedas de la basílica del Pilar, origen de un fuerte malentendido entre él y su cuñado Goya, que se mostró en lo que allí pintó él también rebelde a las normas de Bayeu. Francisco Bayeu protegió a su hermano Ramón (1740-1793), haciéndole ejecutar cartones de tapices, y a su otro hermano, Manuel, que se hizo cartujo y pintó en la Cartuja mallorquína de Valldemosa.

Entre los que cooperaron con la fábrica de tapices destaca el madrileño José del Castillo, que ya había estado en Roma antes de volver allí pensionado por la Academia de San Fernando, como tantos otros pintores, por otra parte. Como Paret y Alcázar (de quien se hablará en seguida en las próximas líneas), colaboró en la ilustración de una célebre edición de El Quijote, que fue publicada por la Real Academia Española, y que imprimió el tipógrafo Sancha. Pero su labor más meritoria son, sin lugar a dudas, sus cartones para Santa Bárbara, y algunos lienzos sobre temas campestres que denotan frescor de inspiración.

En relación con este grupo de artistas se halla asimismo la dinastía de los González y Velázquez. Eran tres hermanos, hijos de un escultor andaluz natural de Andújar: Luis, Alejandro y Antonio; éste intervino en la decoración del Pilar, y fue padre de Zacarías González y Velázquez (1763-1834), quien se mostró mejor artista que su progenitor y sus tíos, tanto en la pintura decorativa como en el retrato.

Maribel Alonso Perez
08 julio 2011

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