William Bradford
Oleo sobre lienzo.
52 x 82,5 cm
William Bradford, el pintor que más se identifica con las tierras baldías y heladas de Labrador, fue el segundo pintor norteamericano que visitó las regiones del Ártico -después de Frederic E. Church, que se aventuró a viajar por el norte en 1859-. El propio artista reconoce que los libros History of the Grinnell Expedition, de Elisha Kent Kane, y Letters from High Latitudes, de Lord Dufferin, le provocaron «una impresión tan profunda que sentí el deseo, que llegó a ser irresistible, de visitar los escenarios que habían descrito y de estudiar la naturaleza bajo los terribles aspectos de la zona glacial». Seguramente Bradford sabía que ya en 1860 Frederic E. Church estaba preparando su magna obra, Los icebergs (163 x 285 cm), que se expondría en Nueva York en abril de 1861.
Durante estos viajes, el artista, ataviado con las pieles de foca de los esquimales, llenaba sus cuadernos de apuntes con motivos de la costa de aquellos puertos y ensenadas, dibujando chozas y cabañas de pescadores, muelles y embarcaderos, boyas y faros. Las anotaciones que figuran en estos dibujos ponen de manifiesto la naturaleza sintética de las composiciones definitivas de Bradford, creadas a partir de sus dibujos y fotografías.
Buen motivo para ángulo de un paisaje», escribe en un dibujo; «en vez del barco poner un montón de rocas», propone en otro. A menudo una nota en un cuaderno de dibujo sirve de recordatorio para que el artista consulte una fotografía sobre el mismo tema. Los icebergs en alta mar, tema que aparece frecuentemente en las fotografías, se recoge sólo en algunos dibujos. Años más tarde Bradford, que fue uno de los primeros artistas que recurrió a la fotografía
A lo largo de dicha obra describe las diversas tonalidades del paisaje ártico: «la escena sólo era comparable con las imágenes siempre cambiantes de un caleidoscopio. Y también los colores contribuían a crear esta ilusión. Desde el blanco puro hasta el raso brillante y resplandeciente; desde el verde más oscuro hasta todos los tonos más pálidos; y desde el azul claro hasta el lapislázuli más intenso; y luego, cuando algún iceberg pasaba a la deriva entre nosotros y el sol, su cima se coronaba con un halo anaranjado, sobre el que a veces surgían algunas formas prismáticas». En otro pasaje, Bradford describe los rayos del sol que se reflejan sobre la superficie de un iceberg como si estuvieran «teñidos con tenues y oscilantes lenguas de fuego». En Pescadores en la costa de Labrador, Bradford capta el efecto del sol poniente sobre los icebergs y la actividad de los pueblecitos costeros que con tanto cariño recogió en sus cuadernos de apuntes.
Maribel Alonso Perez
14 abril 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario