Recuerdo que fue una lluviosa tarde de septiembre hace ya algunos años en un viaje de recreo por la vieja Budapest. La lluvia me había sorprendido paseando por el Castillo de Buda, mientras contemplaba desde uno de los miradores el color grisáceo del Danubio serpenteando allí abajo y aunque era ya un poco tarde para visitar museos, la insistencia del agua y la proximidad de la Magyar Nemzeti Galeria (la Galería Nacional Húngara) hicieron que me refugiase en esta última a la espera de que aclarase el tiempo.
Éramos
cuatro gatos los que recorríamos esa tarde las salas de este
desangelado museo bajo la aburrida mirada de los vigilantes por lo cual
solo se oían nuestras pisadas y algún que otro susurro o carraspeo
lejano lo que, creo, aumentaba el efecto escénico de aquellas pinturas
que colgaban de los muros de la Galería obligando a reparar en algunas
de ellas con una especial atención.
Ese fue el caso de este cuadro de Robert Berény (1887-1953) un pintor húngaro que llevaría a Hungría el fauvismo que él adoptaría durante su estancia en París en sus primeros años de aprendizaje.
Contemplando
a esa mujer vestida con un llamativo vestido rojo que hace destacar su
blanca piel, absorta en su silenciosa interpretación, apretando contra
sus muslos el instrumento musical mientras sus manos parecen recorrerlo
y acariciarlo tuve la sensación de que de un momento a otro iba a
excuchar los gemidos de placer lanzados por las cuerdas excitadas de ese
violonchelo amado. Por unos momentos quise ser violonchelo en manos de
aquella mujer y pensé cuanto debió gozar Robert Bereny cuando la pintó en 1928. Bereny, un gran músico y crítico musical además de pintor, amigo del compositor Béla Bartók, seguramente - pensé yo - disfrutaría escuchando a su modelo mientras la pintaba y después, harían el amor.
Pasé
un largo rato ensimismado delante del cuadro antes de que las voces del
vigilante me parecieron indicar que el Museo iba a cerrar sus puertas
por lo que abandoné este no sin antes comprar un catálogo con algunas de
las obras más emblematicas de la pintura húngara entre las que se
encontraba este cuadro.
El catalogo estaba en húngaro así que no pude entender nada de lo que allí contaba aunque de vuelta a España
me tomé el trabajo de volcar el corto texto que acompañaba a este
cuadro en un traductor online y una parte de mis fantasias se
desvanecieron. Una mala traducción fue suficiente para informarme de que
aquella violonchelista tan sensual a mis ojos y en mis pensamientos,
aquella mujer de rojo, capaz de acariciarte como a un violonchelo, se
llamó Eta Breuer y fue la esposa de Bereny. Ella iba para gran artista antes de su matrimonio con él pero su enlace acabaría con su carrera musical. A Eta la pintaría nuevamente en 1937 también vestida de rojo y al lado de su violonchelo ya apartado de su cuerpo.
Hoy, viendo y escuchando en video http://youtu.be/zT5IUQynPkg a la gran chelista norteamericana, Alisa Weilerstein, vestida también con un llamativo traje rojo, he recordado aquella tarde en Budapest en que quise ser violonchelo.
Maribel Alonso Pérez
14 abril 2013
Siemore vuelvo a leer este post 💕 me encanta 💕💕
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