Pintura de Howard Behrens

Pintura de Howard Behrens

miércoles, 31 de agosto de 2011

Cristo Abrazando a San Bernardo 1624-1627. Freancisco Ribalta




Cristo abrazando a San Bernardo
Año: 1624-1627
Obra de Francisco Ribalta
óleo sobre lienzo, 158 x 113 cm.
Museo del Prado.


Este cuadro fue pintado para la cartuja de Portaceli, situada en el término de Bétera, en los alrededores de Valencia, y probablemente sea la obra más hermosa de cuantas hiciera Francisco Ribalta a lo largo de su vida. No en balde diría de ella Antonio Ponz, cuando la vio hacia 1774 en la celda prioral de dicha cartuja, que era «lo más bello, bien pintado y expresivo que pueda darse en Ribalta  todo parece nada al lado de esta pintura». De hecho ilustra como ningún otro cuadro en la plástica española de su tiempo la entrega mística del alma cristiana a Cristo, servida con una sobrecogedora placidez y una intensidad sin precedentes, traduciendo ese gozo espiritual que en lo literario tan bellamente expresara años antes san Juan de la Cruz en su memorable Cántico espiritual.

Representa un episodio de san Bernardo, recogido en el Flos Sanctorum de Ribadeneyra (1599), según el cual este santo monje, fundador de la orden del ­Císter, ­tuvo una visión mística en la que Cristo se desclavó de la cruz para abrazarle. Este milagroso suceso, ­según Kowal, halla su ascendiente remoto en el Exordium Magnum de Conrad de Eberbach (1206-1221) y no es pasaje frecuentemente recogido en las biografías de san Bernardo, pero fue divulgado en grabados alemanes de los siglos XV y XVI. Ello explicaría que también lo representara hacia 1614 el escultor Gregorio Fernández en el retablo de las Huelgas, en Valladolid, quien seguramente utilizó una fuente gráfica común como motivo icónico inspirador.

Con un punto de vista bajo que confiere evidente monumentalidad a la composición, Francisco Ribalta concentra aquí la atención en las figuras de Cristo y san Bernardo, haciéndolas resaltar sobre un fondo oscuro en el que apenas son visibles los rostros de dos ángeles, a la derecha, envueltos en una espesa penumbra. Cristo desclava sus dos brazos de la cruz y se complace mirando a san Bernardo que parece flotar ingrávido entre los potentes brazos del Salvador con una amable expresión de felicidad cargada de vibrante ternura. Al hacer penetrar la luz desde el lateral izquierdo en forma rasante al modo tenebrista, solo las figuras de Cristo y el monje quedan iluminadas cobrando un vigor enorme y asumiendo el protagonismo exclusivo en la escena, que se ofrece al espectador sin opción de distracción hacia lo accesorio para involucrarle de forma muy directa en el arrobamiento místico del pasaje.

De todos los cuadros que Francisco Ribalta llegó a pintar sobre apariciones, es en este Cristo abrazando a san Bernardo donde los pinceles del artista cobraron más alto vuelo. La sobriedad que impera en este trabajo permite apreciar de manera muy clara la inteligente fórmula que el artista emplea en su madurez.  Así se observa que Cristo responde a un modelo de idealizada belleza, de talante grandioso y naturaleza hercúlea A su lado, san Bernardo está representado por un frágil ­tipo humano, de la más absoluta cotidianidad, con rostro realista de ras­gos individualizados extraídos de un modelo vivo y cercano. El estudio de telas del marfileño hábito del monje con su magistral plasmación en texturas y cadencias, vigorizadas por un tratamiento lumínico de gran efecto, sería otro de los elementos a destacar de este trabajo, fruto de la observación directa del natural.

Maribel Alonso Perez
29 junio 2011

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