Judit y Holofernes ilustra un pasaje Apócrifo del Antiguo Testamento, en el que se narra como Judit, viuda rica y hermosa, concibió un plan para salvar a su pueblo asediado por el ejército asirio, que había puesto sitio a la ciudad judía de Betúlia. Judit se arregló “de forma que podía seducir a los hombres que la viesen” (10:5) y partió con su criada adentrándose en las líneas asírias. Con la falsa pretensión de ser una desertora de su pueblo, consiguió tener acceso al general enemigo, Holofernes, a quien le propuso un sistema imaginario para vencer a los judíos. Cuando llevaba ya varios días en el campamento, Holofernes se enamoró de ella y organizó un banquete al que invitó a Judit. Una vez terminado, Judit y Holofernes se quedaron a solas. Holofernes, que estaba ebrio, intentó seducirla y fué en ese momento cuando Judit cogió rápidamente su espada y con dos golpes dados con todas las fuerzas le cortó la cabeza y la puso en un saco que le había preparado su criada. Judit y su criada regresaron a Betúlia y consiguieron que los asirios recularan gracias al desconcierto que la notícia del asesinato de Holofernes provocó entre ellos.
Artemisia escoge el momento de mayor crueldad y dramatismo de la historia, cuando Judit, con firmeza y determinación, hunde en la garganta del general asirio Holofernes la hoja de su propia espada. Además, refuerza la violenta acción sin escatimar referencias, como la sábana ensangrentada o la mirada agónica del asirio. La crueldad está justificada. Se trata de la venganza de Artemisia contra su violador, Agostino Tassi, servida no en un plato frío sino en una bellíssima tela. Agostino Tassi era un pintor de escenarios y paisajes que se destacaba en su manejo de las perspectivas. Orazio Gestileschi quería que Agostino perfeccionara a su hija en el método, y con esta idea asistía todos los días al taller donde Artemisia trabajaba. Artemisia reflejó su ira en el rostro de Judit y dió a la cabeza de Holofernes la apariencia del agresivo violador.
“Aquel mismo día, yo estaba pintando por placer, y Agostino regresó. Me arrancó de la mano la paleta y los pinceles y los tiró a un lado. ¡“Ya basta de pintura!” Le supliqué a Tuzia que se quedara, que no me dejara sola con él. Pero ella se fue. Le dije que no me sentía bien, que me parecía tener fiebre. Y él me respondió: “¡Yo sí que tengo fiebre, y ardo mucho más que vos!”. Cuando nos acercábamos a la puerta de mi alcoba, la abrió de pronto y me lanzó al interior, corrió el cerrojo y me arrojó sobre la cama. Con la mano en mi pecho me mantuvo tumbada. Puso su rodilla entre mis muslos para impedirme cerrar las piernas. Yo me debatía. Colocó un pañuelo sobre mi boca para impedirme gritar. Comenzó a violarme. Yo gritaba, llamaba a Tuzia, le arañaba el rostro, tiraba de sus cabellos. Nada lo detenía. Cuando al fin me soltó, fui hacia la mesa y tomando un cuchillo corrí hacia él gritando: “¡Voy a matarte. Me has deshonrado!”. Como él paró el golpe, le herí en el pecho. Pero sólo conseguí arañarlo. Sangraba poco. Como yo sollozaba, gritaba y me desesperaba, para calmarme me dijo: “Concededme vuestra mano: juro que voy a desposaros, Artemisia. Juro que voy a desposaros en cuanto haya salido del laberinto donde estoy prisionero”. Y con esa promesa de matrimonio me convenció de que accediera a sus deseos”.
Lo que sigue fue adaptado de la declaración de Artemisia en el proceso de violación de Marzo del 1612. Fuente: Artemisia. Alexandra Lapierre.
Hay análisis de la obra de Artemisia que concluyen que Artemisia pudo estar tratando de resolver el trauma de su violación durante catorce años, entre 1612 y 1625. De hecho hizo unas cinco versiones de esta obra. Y si bien ella no lo pudo impedir en la realidad, sí pudo resolverlo en sus cuadros.
En su época más gloriosa, durante su estancia en Florencia, Artemisia pintó de manera incansable la injusticia, la traición y la vergüenza, interesándose por otras heroínas bíblicas, históricas o mitológicas Artemisia, en vida, no obtuvo este reconocimiento y admiración por parte de sus compañeras de género (a veces las mujeres podemos ser nuestras peores enemigas.)
-La voz del Altísimo se hace oír claramente en el canto de los buenos poetas, en el pincel de los grandes pintores… ¡No percibo ni el más lejano eco de ella en este lugar!
Así es la vida, Artemisia y su arte triunfaron gracias a la sensibilidad de un hombre y ahora nosotras la reivindicamos. ¿Habremos aprendido la lección? Hummm…
Maribel Alonso Perez
23 mayo 2011
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