Material:Oleo sobre lienzo


El Bar del Folies-Bergère supone la culminación de los cuadros dedicados a la temática nocturna que tanto habían atraído a Manet desde la década de 1870, apreciable en obras como La Ciruela o Café concierto. El tema será uno de los favoritos de los impresionistas, como Degas o Toulouse-Lautrec: el café, el cabaret, el bar y la noche de París. El noctambulismo es tratado aquí por Manet con un naturalismo descarnado que puede equipararse a las narraciones literarias de Émile Zola o Guy de Maupassant.

El Folies Bergère era uno de los numerosos cafés-concierto de la noche parisina. Situado en Montmartre, había sido el cabaret preferido por la clase proletaria, pero pronto se puso de moda entre la burguesía, que encontraba allí emociones diferentes y algunas prostitutas. Manet realizó bocetos preparatorios de esta escena - Barra del Folies - introduciendo diferentes novedades en el cuadro acabado. La modelo era una de las dos camareras del local llamada Suzon - que posó para el pintor en su estudio, de donde apenas podía moverse debido a su enfermedad - y el cliente que vemos reflejado en el espejo sería el pintor Gaston Latouche, siendo ésta una de las diferencias respecto al boceto anterior.

Entre los parroquianos que se reflejan en el espejo se ha identificado a Méry Laurent, de blanco, y al pintor Henry Dupray. En la imagen se recrea un complejo sistema de ilusión y realidad, que mezcla lo artificial con lo natural: el cuadro es en su mayor parte tan sólo el reflejo de un gran espejo tras la camarera, que impide que la mirada del espectador profundice en la escena, y que lo devuelve con fuerza hacia el exterior. El espacio es angosto, oprimido por la presencia de la barra; ante la camarera, de mirada vacía, perdida, agotada y sin ningún interés, se encuentra la figura del cliente, que sólo apreciamos en el reflejo del cuadro.

El cliente, igual que el espectador, parece estar entablando una negociación con la camarera, una de las atracciones de la sala. En primer plano se puede contemplar una magnífica naturaleza muerta, relacionada completamente con la vida moderna. En cuanto a la técnica pictórica, el repertorio del Impresionismo está detallado al máximo: intención de modernidad, fascinación por el mundo urbano, inmediatez de la escena en pro de la objetividad, color fluido en largas pinceladas yuxtapuestas... Lo mejor de Manet se ofrece en esta imagen, emblemática del movimiento impresionista. Cuando la obra fue expuesta en el Salón de 1882 obtuvo un gran éxito, recibiendo numerosas críticas positivas.

Su amigo Jenniot dijo respecto a este cuadro: "Cuando volvía París, en enero de 1882, mi primera visita fue para Manet. Pintaba entonces el bar, en el Folies Bergére, y la modelo, una hermosa mujer, posaba detrás de una mesa llena de botellas y vituallas... Manet, aunque pintaba sus cuadros con modelo, nunca copiaba exactamente del natural; me di cuenta de sus magistrales simplificaciones. Todo estaba abreviado; los tonos eran más claros, los colores más vivos y los valores más próximos.

Todo ello formaba un conjunto de una armonía tierna y rubia... Manet dejó de pintar para ir a sentarse en el diván. Me dijo cosas como ésta: La concisión en el arte es una necesidad y una elegancia... En una figura hay que buscar la gran luz y la gran sombra; el resto vendrá naturalmente".


Maribel Alonso Pérez
04 septiembre 2012