La Odalisca, 1921, Centro Georges Pompideu, Paris.
La delicia de la odalisca se basa en su naturalidad; mujer llenita, ni muy perfecta, ni muy delgada. Existe un triangulo de luces que a simple vista no es notorio, que sugieren provenir de una ventana natural, así como dos vetas de luz en la frente y en la punta de la nariz. Una tímida ceja se deja entrever tras la sombra del brazo que la cubre. La otra delineada, aparece magnífica e incita a seguirla cual camino sagrado. La realidad del trazo se pierde en la semejanza con la fotografía, y la sombra alrededor del cuello es testigo que refleja la perfección que se deja adivinar entre el juego de conformaciones anatómicas que se izan hacia la parte superior del cuadro.
Los ojos, un tanto virginales de la odalisca, cubiertos por el manto atemperado de sus cejas, se parecen a las madrugadas de las luciérnagas de abril, se ensombrecen tras un vómito de pinceladas y luego, se destilan al alba, como si fueran parte del beso de los amantes en horas prohibidas. El color de sus labios, en este caso es tan fuerte, que se lleva la luz intencionalmente colocada para tratar de opacar tales carnosidades de fuego. El deseo de los labios - El lip inferior sensualmente de más grosor- es inversamente proporcional a la mirada y las mejillas sonrosadas así lo delatan. Empapadas en histamina claman por una caricia de lo que sea y con lo que sea. Los hombros de la odalisca parecen invitar al espectador a cubrirse de ellos de una manera salvadora, como si fuera el único elemento a aferrarse
El rojo calidísimo en las posaderas es suficiente, para imaginar la temperatura que el pintor quería expresar de las delanteras de la odalisca, las que se aprecian parcialmente pero satisfaciendo totalmente los requerimientos eróticos de su tiempo. El blanco sobre un diestro y tibio muslo también alcanza a cubrir "infielmente" al pubis en su porción izquierda, avizorando que con anterioridad, ya ha estado más destapadito. El azul tras la espalda y sostenido por la mano derecha, indica el velo que al descubrir el pecho, traduce la independencia que siguió a la toma de la bastilla. Los pies, de ésta odalisca, no merecen descripción. Realmente, parecen perfectos, ustedes analicen, y si no les parece: pues se reciben comentarios a esta columna. Proporción pedestre, color, textura y casi suavidad invitan a ciertas mórbidas caricias que no vienen al caso, o si vienen, los distraería.
Unos dicen que Henri, murió de mal de amores, otros que se cortó todos los dedos (de ambas manos) al finalizar "L'odalisque" como sentimiento de culpa al no percibir la perfección de su amada, aludiendo que era el colmo que la pintura no le hablara.
Maribel Alonso Perez
19 noviembre 2011
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