Óleo sobre lienzo 491x716cm
Géricault expuso Los náufragos de la Medusa en 1819. Un enorme lienzo pintado al óleo de 491x716cm que plasma el sufrimiento vivido por los pasajeros abandonados del barco francés. El cuadro fue receptor de multitud de críticas, muy duras algunas de ellas. Estilísticamente tiene un predominio del color sobre el dibujo, característica principal del romanticismo. Además, el autor muestra la escena con un realismo macabro, deteniéndose en la anatomía resaltada de los náufragos moribundos, para lo cual reunió decenas de cadáveres en su estudio para realizar análisis anatómicos; y componiendo las figuras a base de líneas serpenteantes y espirales, lo que imprime más dramatismo a la escena. La visión es completamente dantesca, pues la balsa está medio deshecha por el oleaje, los cuerpos de los muertos se ven putrefactos, mutilados, desperdigados... El pintor estuvo ocho meses rodeado de cadáveres y de una réplica de una balsa similar a la del suceso (creada por el autor de la original, superviviente del desastre) para poder empezar a realizar el cuadro.
A pesar de que las figuras que Géricault diseñó estaban perfectamente modeladas y del magnífico claroscuro que utiliza, que recuerda al gran Caravaggio y que debió de resultar conocido al público gracias al neoclasicismo, las críticas populares no se focalizaron sobre el estilo de la obra, sino hacia su contenido. No se podía entender que Géricault no eligiera un tema clásico, heroico o edificante como mandaban los cánones académicos. Tampoco se comprendía el porqué de tratar el naufragio, puesto que se suponía que las representaciones de desastres debían evocar un destino humano universal, sin resultar demasiado concretas o personales, ni afectar el ánimo del espectador. En cambio, nuestro pintor se centró, impresionado y avergonzado, en un hecho real que implicaba un gravísimo error humano. Ante los ojos del espectador, solamente desfilan la galería de expresiones humanas que componen la obra, no hay nada que intermedie entre el observador y el acontecimiento representado. La combinación inquietante de figuras idealizadas y la agonía que plasma con extremado realismo, así como su gigantesco tamaño y la minuciosidad de los detalles, desataron una tormentosa controversia entre los artistas de tradición neoclásica y los que tenían una opinión diferente de los temas que debía tratar la pintura.
Géricault rompió con todas las reglas temáticas del neoclasicismo en este cuadro, pero sí respetó las de la composición. Podemos observar la pirámide que forman las personas en la balsa (cuyas figuras evocan la forma de representarlas de Miguel Ángel) que está coronada por un hombre de color negro (que ondea una pieza de tela para llamar la atención de los barcos). Mediante esta composición se pretende dar solidez al cuadro, lo que contrasta con el caos del oleaje. La importancia del lugar que otorga al personaje negro puede estar en concordancia con la lucha por abolir la esclavitud que se acababa de iniciar. Por otro lado, el hombre que agita el trapo blanco muestra la esperanza por la salvación. A la izquierda del lienzo, un hombre de avanzada edad se cubre por un manto rojo dando la espalda al barco creando un punto de impacto visual hacia el cual se va la mirada rápidamente. Esta figura es antagónica a la anterior, ya que es símbolo de la desesperanza que impregna toda la escena plagada de cadáveres. Sin embargo, gracias a las diagonales en ascendente creadas en el cuadro a través de los brazos de los hombres, llegamos a la figura del hombre negro y la esperanza exaltada por la agitación del paño, haciéndonos recobrar las fuerzas por vivir, curioso y original recurso de Géricault. El barco que salvará a los náufragos no se averigua en el lienzo, pero sí los obstáculos, ya que unas grandes olas abaten la barca al tiempo que el viento sopla en contra, dejando a la suerte y el azar la salvación de los moribundos supervivientes. Es precioso como Géricault plasma el viento en los personajes. Mientras el anciano con el llamativo manto rojo ha curvado su cuerpo a favor del viento, como sinónimo de rendición a la muerte, los jóvenes de la pirámide contonean su cuerpo en contra intentando salvarse del trágico destino. Podemos observar que la colocación de los personajes no es arbitraria, sino que en la parte inferior ha colocado a cadáveres y al anciano, y encima a los que buscan la salvación, contraponiendo en ese poco espacio los dos grandes temas de la muerte y la vida respectivamente. Como anécdota hemos de puntualizar que Eugéne Delacroix posó para su amigo y aparece como la figura muerta de primer plano que sostiene el anciano del manto rojo. A su vez, Delacroix le correspondió, retratando a Géricault como uno de los muertos en el infierno que cruza su Barca de Dante.
A pesar de que las figuras que Géricault diseñó estaban perfectamente modeladas y del magnífico claroscuro que utiliza, que recuerda al gran Caravaggio y que debió de resultar conocido al público gracias al neoclasicismo, las críticas populares no se focalizaron sobre el estilo de la obra, sino hacia su contenido. No se podía entender que Géricault no eligiera un tema clásico, heroico o edificante como mandaban los cánones académicos. Tampoco se comprendía el porqué de tratar el naufragio, puesto que se suponía que las representaciones de desastres debían evocar un destino humano universal, sin resultar demasiado concretas o personales, ni afectar el ánimo del espectador. En cambio, nuestro pintor se centró, impresionado y avergonzado, en un hecho real que implicaba un gravísimo error humano. Ante los ojos del espectador, solamente desfilan la galería de expresiones humanas que componen la obra, no hay nada que intermedie entre el observador y el acontecimiento representado. La combinación inquietante de figuras idealizadas y la agonía que plasma con extremado realismo, así como su gigantesco tamaño y la minuciosidad de los detalles, desataron una tormentosa controversia entre los artistas de tradición neoclásica y los que tenían una opinión diferente de los temas que debía tratar la pintura.
Géricault rompió con todas las reglas temáticas del neoclasicismo en este cuadro, pero sí respetó las de la composición. Podemos observar la pirámide que forman las personas en la balsa (cuyas figuras evocan la forma de representarlas de Miguel Ángel) que está coronada por un hombre de color negro (que ondea una pieza de tela para llamar la atención de los barcos). Mediante esta composición se pretende dar solidez al cuadro, lo que contrasta con el caos del oleaje. La importancia del lugar que otorga al personaje negro puede estar en concordancia con la lucha por abolir la esclavitud que se acababa de iniciar. Por otro lado, el hombre que agita el trapo blanco muestra la esperanza por la salvación. A la izquierda del lienzo, un hombre de avanzada edad se cubre por un manto rojo dando la espalda al barco creando un punto de impacto visual hacia el cual se va la mirada rápidamente. Esta figura es antagónica a la anterior, ya que es símbolo de la desesperanza que impregna toda la escena plagada de cadáveres. Sin embargo, gracias a las diagonales en ascendente creadas en el cuadro a través de los brazos de los hombres, llegamos a la figura del hombre negro y la esperanza exaltada por la agitación del paño, haciéndonos recobrar las fuerzas por vivir, curioso y original recurso de Géricault. El barco que salvará a los náufragos no se averigua en el lienzo, pero sí los obstáculos, ya que unas grandes olas abaten la barca al tiempo que el viento sopla en contra, dejando a la suerte y el azar la salvación de los moribundos supervivientes. Es precioso como Géricault plasma el viento en los personajes. Mientras el anciano con el llamativo manto rojo ha curvado su cuerpo a favor del viento, como sinónimo de rendición a la muerte, los jóvenes de la pirámide contonean su cuerpo en contra intentando salvarse del trágico destino. Podemos observar que la colocación de los personajes no es arbitraria, sino que en la parte inferior ha colocado a cadáveres y al anciano, y encima a los que buscan la salvación, contraponiendo en ese poco espacio los dos grandes temas de la muerte y la vida respectivamente. Como anécdota hemos de puntualizar que Eugéne Delacroix posó para su amigo y aparece como la figura muerta de primer plano que sostiene el anciano del manto rojo. A su vez, Delacroix le correspondió, retratando a Géricault como uno de los muertos en el infierno que cruza su Barca de Dante.
Maribel Alonso Perez
11 octubre 2011
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