Chubasco en Granada
Autor: Antonio Muñoz Degrain
Fecha: 1870 h.
Museo: Museo del Prado
Características: 95 x 144 cm.
Material: Oleo sobre lienzo
Una de las principales preocupaciones de la pintura de paisaje en la segunda mitad del siglo XIX será la captación de fenómenos atmosféricos que implican, lógicamente, cambios de luz y color. Este es el objetivo de esta sensacional obra pintada por Muñoz Degrain a raíz de un viaje a Granada, recordando una tormenta que provocó la crecida de los torrentes de la ciudad. El agua es la verdadera protagonista de la composición, cayendo desde los tejados de las casas al torrente. La otra protagonista es la luz, una iluminación oscura en la que se van abriendo claros, como observamos en el cielo y en el reflejo del agua. La obra presenta las características del realismo, siguiendo Degrain los dictados de su gran maestro: Carlos de Haes
Granada fue una de sus ciudades favoritas; al fin y al cabo la ciudad del Darro, gracias a su pasado nazarí, se erigió en santuario de peregrinación de los orientalistas, es decir, de todos aquellos espíritus románticos interesados en el Oriente y en las culturas no europeas. Podemos decir que Muñoz Degrain participó de los intereses de los orientalistas e incluso viajó por el Mediterráneo oriental, visitando Siria y Palestina. Gracias a su continua presencia en Málaga, desde que en 1870 fuera llamado para decorar el Teatro Cervantes, Muñoz Degrain viajó en numerosas ocasiones a Granada, y la pintó una y otra vez. Rincones de la ciudad, y por supuesto la propia Alhambra, se convirtieron en fuente de inspiración de pintores, arquitectos y poetas, aunque su mirada de ensoñación terminó por distorsionar, a la postre, la verdadera dimensión histórica del monumento nazarí por excelencia, transformado ahora en el palacio encantado del primer parque temático de España.
A pesar de su aparente veracidad, es una vista irreal, que solo existe en la imaginación del pintor. Es indudable la maestría del artista a la hora de presentar el celaje que se descompone ante las cortinas de lluvia, por la manera en que el agua es escupida por los canalones, por cómo resbala ésta por los tejados, por cómo rebota en la barandilla del palacio, o por esa luz tornasolada del atardecer que preludia la noche, al igual que el farolillo refulgente del callejón. A pesar de todo ello no deja de ser una ensoñación de recuerdos reordenados por la memoria que mira al pasado.
Todo existe, pero no así. ¿Qué más da?
Por muy irreal que sea la imagen nadie dudaría de que se trata de Granada. Vemos el palacio renacentista del Castril a la izquierda, el río Darro encajado en el centro con el característico puente que une dos orillas a diferente nivel, tal como hoy se conserva entre el barrio de Santa Ana y el Albaicín. El callejón, o las casas enjalbegadas con mirador y ajimez que vuelan sobre jabalcones por encima del cauce del río también existen. La torre cuadrada que se adivina tras los cipreses recuerda a la de los Picos que se yergue sobre la cuesta de los Chinos. La soledad presente en el cuadro con tanto protagonismo hace que éste adquiera cierto carácter enigmático e, incluso, inquietante.
En el Museo de Bellas Artes de Valencia se conserva una versión nocturna muy parecida al lienzo de El Prado, si bien se trata del marco decorativo de una escena de rapto, por lo que la impresión final de la obra resulta muy diferente. Junto a este cuadro podemos recordar el célebre lienzo, aunque muy diferente, del Museo de Bellas Artes de Málaga, en donde la ciudad de Granada vuelve a ser la protagonista. En esta ocasión Muñoz Degrain pinta la colina de la Alhambra durante una esplendorosa y dorada tarde de otoño, desde un Albaicín imposible, donde aparece en primer término una bulliciosa plaza, con río, merienda y una especie de fuente o quiosco parisino.
Maribel Alonso Perez
20 junio 2011
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