Pintura de Howard Behrens

Pintura de Howard Behrens

domingo, 4 de septiembre de 2011

La Nevada 1876 Francisco Goya






La nevada
1786 - 1787
Lienzo. 2,75 x 2,93
Museo del Prado, Madrid.

Pintado en 1786, año feliz para el pintor, pues en él recibe el nombramiento de pintor del Rey y se afirma su prestigio entre los intelectuales y hombres de empresa madrileños, este hermoso tapiz forma parte de una serie ideal de las cuatro estaciones, en la cual Las floreras encarna la primavera, La era, el verano, La vendimia, el otoño, y La nevada, el invierno. Goya debió quedar, y con razón, muy satisfecho de ellos, pues años más tarde los repitió, en tamaño reducido, para la decoración de un gabinete de la duquesa de Osuna en su quinta de la Alameda. La nevada es excepcional como estudio de grises y blancos de refinadísima armonía, en los que se evidencia el estudio de Velázquez.

Goya se distancia de las ideas moralistas que hacían del campo lugar de retiro a salvo de las tentaciones y vicios urbanos y recoge un momento de frío helador y de fatiga, vivido de manera distinta por dos grupos de hombres, los pobres, que regresan mal vestidos y sin nada que comer a sus hogares, y los acomodados, protegidos por las armas y cargando sobre el mulo el cerdo de la matanza que habrá de proporcinarles carne en la dura estación.

Nada tiene que ver con "los asuntos jocosos y amables",como los calificaba un informe previo a su ralización. Hasta el perrillo aterido diríase que sufre de hambre. Una vez más, Goya despliega en una gama acorde toda su capacidad para representar la realidad, la sucesión de distintos tonos del blanco, a cual más suntuoso, y también sus contrastes grises, con los leves toques de color, que siempre parece húmedo, y nos remite a una luz de atardecer invernal, brumosa, que disuelve el horizonte en una mancha grisácea tras la que nada divisamos.

Parece, incluso, que el viento sopla, de izquierda a derecha, nublara los ojos de todos los presentes, con excepción del caminate más a la izquierda, en quien se ha querido ver al propio Goya. Una atmósfera diametralmente opuesta es la que respira La pradera de San Isidro.


Maribel Alonso Perez
15 junio 2011

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